Chiclana de la Frontera es un derroche de sol y luz; un mar azul que descansa en playas de finas arenas. Todo lo que el turismo de sol y playa puede soñar. Pero aquí os presentamos la otra Chiclana, la de Quiñones y Rancapino, la de todos los días, la de sus ciudadanos de a pié, la que esconde grandes y pequeñas historias de un pasado milenario. Aquí van unas cuantas bellas estampas chiclaneras.
Chiclana de la Frontera nos recibe con un detalle sutil, la mano abierta y un impulso a alzar la vista para luego sumergirnos en sus profundidades más misteriosas. Tierra de historia y cultura, magia y artistas, ópera y flamenco, moscatel y chicharrones.
1. Una historia milenaria
Estamos en territorio fenicio, el pueblo que descubrió estas costas hacia final de la edad de Bronce, erigiendo en el islote de Sancti Petri un templo dedicado a su dios Melkart; después fue griego y cartaginés, después romano, con su templo a Hércules en el islote citado, y más adelante árabe. Un crisol de pueblos y culturas que van dando forma y creando el sedimento que nos sustenta. Un enclave de frontera entre cristianos y musulmanes hasta el 15 de mayo de 1303, cuando Fernando VI dona a Guzmán “El Bueno” la aldea que nos precede. Fue lugar escogido por la burguesía comercial gaditana con América en los siglos XVII y XVIII y centro estratégico de la célebre batalla de Chiclana de 1811 entre los ejércitos hispano-británicos y francés en la guerra por la Independencia. Todo un pasado milenario nos contempla.
2. Tras las huellas del neoclasicismo. Casa Briones, Ermita Santa Ana y S. Juan Bautista
En Chiclana nos encontramos con un buen surtido de la mejor arquitectura religiosa y civil de estilo neoclásico, donde las figuras de Torcuato Cayón y su ahijado y discípulo Torcuato Benjumeda han dejado una huella muy visible. Es el caso del conjunto formado por la Casa Briones, la popular ermita de Santa Ana y, en especial, la iglesia de San Juan Bautista, construida bajo la dirección del primero a partir de 1776 y continuada por el portuense y discípulo hasta su muerte en 1836. Obra inacabada y Bien de Interés Cultural, os sorprenderá por su belleza, su magnífica fachada y su grandiosidad interior, un juego espacial conformado por enormes pilares cruciformes y bellas bóvedas elípticas en sus naves laterales: un lujo artístico de gran nivel.
3. El poblado almadrabero de Sancti Petri
Sancti Petri es más que el Novo, playas y hoteles. Un antiguo poblado al norte de La Barrosa, rodeado de mar y marismas, dio vida durante años a un conjunto de población y a una actividad almadrabera con una historia fascinante que comienza en 1929. La actividad de los almadraberos y chanqueros del atún, encargados de conservar, sazonar y secar la mojama, propició la creación de un pequeño y pintoresco poblado con familias residentes y temporeros, su iglesia, mercado, bar, cine y colegio, un núcleo urbano que haría las delicias de los defensores del nuevo urbanismo que integra usos y funciones. El lugar, que alberga cientos de historias entrañables, dejó de tener actividad económica y es hoy un poblado entre fantasmal y fascinante que espera los proyectos y la financiación necesaria para su revitalización.
4. El Trovador Antonio García Gutiérrez
Hace unos meses se han celebrado los actos conmemorativos del bicentenario del nacimiento del chiclanero Antonio García Gutiérrez (1813-1884). Estamos hablando nada más y nada menos que del dramaturgo, poeta y escritor romántico español del siglo XIX que, entre su amplia obra, adquirió especial renombre por haber compuesto el drama romántico El Trovador, en la que se basaría posteriormente la adaptación operística de Verdi, así como posteriormente ocurriría con su obra Simón Bocanegra. Un autor excepcional, de ideas liberales e inquietudes sociales, con una prolífica obra que combina distintos géneros, merecía un reconocimiento social que hasta ahora era insuficiente.
5. Los puntos mágicos.
Chiclana tiene su lugar fantasma en el Poblado y su misterio en la ruta de los “Puntos Mágicos”, siete lugares que reúnen las mejores vistas panorámicas de la ciudad vinculadas a lugares míticos y a sus momentos históricos más relevantes: la colina de Santa Ana, punto estratégico y atalaya para la guerra y el avistamiento de barcos provenientes de América; la loma del Puerco, panorámica de la mar y punto de encuentro de la batalla de Chiclana; el templo de Hércules, magia chiclanera en el islote de Sancti Petri; las Salinas o la “Batería colorá”, ubicación de las baterías francesas que sitiaban Cádiz, vista del Parque Natural de la Bahía, sus esteros y salinas; Miralmar, camino a Conil y sus vistas de Chiclana, el océano y la bahía; El Carrascal, feria de ganado y vistas de Medina Sidonia; la Espartosa, algarrobos y alcornoques.
6. La huerta, los esteros y los chicharrones
La gastronomía chiclanera es exuberante: sus productos hortícolas, chícharos y alcauciles; sus pescados y mariscos de sus abundantes caños y esteros; sus chacinas y embutidos; su torta de almendras y otros dulces, conforman y son la base de una variada y exquisita propuesta culinaria. Entre todo ello desatacaría sus morcillas, butifarras y chicharrones y, como plato, la berza chiclanera.
7. ¡Pasar por Chiclana y no beber vino!
“Finos ligeros y sedosos, moscateles formidables y afamados, amontillados untuosos y olorosos sugerentes”. Chiclana conoce el cultivo de la vid desde un pasado remoto (siglos IX-VIII a.C.). Tras la repoblación, con la Reconquista y, posteriormente, con el auge del comercio con América, el vino de Chiclana se convirtió en uno de los de mayor producción del marco de Jerez. Al día de hoy se mantiene un ramillete de bodegas locales y pequeños despachos de vinos finos, olorosos y moscateles, con una fuerte tradición artesana, que hace las delicias de los amantes del buen beber. Una visita a Chiclana exige un recorrido por sus bodegas y dejarse caer por una taberna de las de antes: La Bodeguita, en la Avenida de la Música.
8. La huella vasca en Chiclana
Entre los marinos y cargadores de Indias que frecuentaron y residieron en la bahía de Cádiz, el irunés Diego de Iparraguirre mantuvo un importante vínculo con Chiclana. Nacido en la ciudad fronteriza gipuzkoana de Irún, desarrolló una importante labor benefactora en la provincia de Cádiz, en especial en Medina Sidonia, donde residió y falleció en 1700. Su contribución a la construcción del Convento de las agustinas recoletas de Chiclana, hoy más conocido como Convento de Jesús Nazareno, y popularmente seguido por los dulces de gran calidad elaborados por las monjas, fue decisiva, tal y como puede leerse en el “Esclarecido solar de las Recoletas Agustinas”, del R.P. fray Alonso de Villeriño. Muchos años después, un vasco-navarro de Elorriaga, Francisco Javier Almandoz Arburúa, disfruta del reconocimiento de la ciudad tras sus muchos años dirigiendo la iglesia Mayor de San Juan Bautista. Una escultura frente a la misma nos recuerda al insigne hijo adoptivo de Chiclana.
Para quienes visitéis y hagáis turismo en Cádiz y en Chiclana, no perdeos algunas de estas sugerencias si queréis sumergiros en las profundidades mágicas y misteriosas de estas tierras.
Foto Sancti Petri: Rutas del Sur
Foto Puntos mágicos: De Chiclana
Antxón Urrestarazu Echániz
Obra bajo licencia Creative Commons
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