La Carrera de Indias, en especial tras el traslado a Cádiz en 1717 de la Casa de la Contratación, propició que muchos vascos se instalaran en Cádiz y su bahía a lo largo de los siglos XVII y XVIII. Al guipuzkoano José Tomás de Cirartegui Saralegui, nacido en Tolosa en 1755, le atrajo a Cádiz una actividad distinta al comercio, la escultura, que le hace emprender la aventura de afincarse en esta tierra.
A la edad de veinticinco años, y acompañado de uno de sus primos y de un amigo de la infancia, parte Cirartegui desde la localidad gipuzkoana de Tolosa hacia la Real Isla de León, hoy San Fernando, con la pretensión de conseguir empleo como carpintero en el Arsenal de La Carraca, donde es contratado como oficial de escultura. Su tarea consiste en la talla en madera de las figuras que decoran los buques, de manera primordial los denominados mascarones de proa, ornamentación de los navíos muy en boga entre los siglos XVI y XIX. Muchos años después, otro vasco, el bilbaíno Federico Sáenz Venturini realizaría la talla de Minerva del mascarón de proa del buque Escuela Juan Sebastián Elcano.
La Isla de León de principios del siglo XVIII era una localidad con un pequeño núcleo urbano y exigua población; esta situación cambia hacia la mitad de la centuria al ser beneficiada la ciudad por el impulso dado por la Corona al centralizar en su término las modernas instalaciones de la Armada, dada su privilegiada situación estratégica y su larga tradición en la actividades de reparación y aprovisionamiento de buques. Todo ello propicia un notable aumento de su demografía así como un gran impulso económico, lo que tiene repercusión en todos los ámbitos de la sociedad.
El exiguo mundo cofrade isleño se suma a esa ola expansiva fundando nuevas hermandades y cofradías, lo que origina una súbita demanda de imágenes religiosas para sus nuevos templos. Tales demandas se ven satisfechas gracias al arte de algunos de los trabajadores del gremio de escultores del Arsenal de la Carraca, entre los que se encontraba José Tomás de Cirartegui.
El aún joven guipuzkoano tiene la oportunidad se revelarse como un excelente artista imaginero y es muy solicitado por las cofradías isleñas. El origen de su aprendizaje en este arte de la escultura es un aspecto no aclarado de su interesante biografía ya que pudo adquirirlo en su Euskadi natal o bien en la Isla de León, como discípulo del inglés Samuel Howe, maestro mayor de escultura del Arsenal, imaginero y suegro del tolosarra, tras desposarse este con su hija Rosa Catalina Howe y Ladrón de Guevara en 1785.
Su primera obra documentada fue el Cristo de la Expiración, que podemos contemplar en la Parroquia Vaticana y Castrense de San Francisco, tallada en 1788 por encargo del párroco castrense y franciscano Manuel Delgado, aunque la hermandad bajo su advocación no fue constituida hasta ocho años después, según el detallado historial de esta hermandad redactado en 1800. La talla es considerada por muchos eruditos como la más perfecta de las cofradías de San Fernando. Se trata de un crucificado bien proporcionado, que mira suplicante hacia el cielo mientras exhala su último aliento, dejando su boca entreabierta donde asoman los perfectos dientes superiores tallados en marfil.
Como argumenta el historiador e investigador isleño Fernando Mósig Pérez: “La imagen deja entrever el estilo genovés que, sin duda, habrán aprendido los imagineros que trabajaban en el Arsenal. Así es razonablemente admisible que la fuente de inspiración de Cirartegui fueran las obras genovesas tan abundantes en Cádiz..”. Aunque también baraja el investigador la hipótesis de que el imaginero pudo inspirarse, por haber tenido la oportunidad de contemplarlo en su juventud, en el admirable Santo Cristo de la Agonía, obra de Juan de Mesa, discípulo de Montañes, esculpida en 1622, que se muestra en la parroquia de San Pedro de Arizona, del municipio guipuzkoano de Bergara y considerada por expertos y críticos como una de las mejores imágenes del barroco universal.
En marzo de 2012 varios periódicos daban la noticia de que la restauración de la imagen del Cristo de la Expiración, que estaba llevando a cabo el restaurador Pedro Manzano, había propiciado el sensacional hallazgo del documento original de autoría. Estos medios informaban también que el manuscrito fue localizado en el interior del muslo izquierdo de la escultura y, siendo su estado de conservación extraordinario, suponía un hito para la historia del arte isleño.
Además de las efigies del Cristo de la Expiración y la del Cristo Yacente del Santo Entierro (1793), ambas documentadas, muchas otras obras anónimas son atribuidas a Cirartegui, dadas las semejanzas en su factura; una labor prolífica teniendo en cuenta los pocos años que vivió en la Isla.
Entre los postreros años del siglo XVIII y los de principios del XIX José Tomás de Cirartegui Salaregui es nombrado maestro de escultura y, ante la propuesta de desarrollar esa labor en el importante astillero indiano de La Habana, donde se construían los llamados “navíos criollos”, de suma importancia para la Armada española, emprende junto a su familia el viaje a la Perla de las Antillas, donde se pierde definitivamente la pista del que fue para muchos el imaginero más importante de todos los tiempos de la ciudad de San Fernando.
Fuentes:
Historia de la Hermandad del Stmo. Cristo de la Expiración. Fernando Mósig Pérez
Historia de la imaginería cofrade isleña. Isla Pasión
http://andaluciainformacion.es/san-fernando/216699/aparece-un-manuscrito-de-cirartegui-en-la-talla-del-cristo-de-la-expiracin/
Fotos.
Vista de Tolosa. Mikel Arrázola. Irekia/Gobierno Vasco.
Manuscrito. Hermandad de la Expiración.
Tallas. islapasion.net
Texto e imágenes de J. dos García
Obra bajo licencia Creative Commons
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