Euskádiz es un espacio físico que abarca dos territorios únicos y con grandes vínculos entre sí. Pero Euskádiz es también un territorio mágico, como el “Macondo” de García Márquez o el “Obaba” de mi paisano Bernardo Atxaga. En este espacio mágico llamado Euskádiz viven personajes aventureros, románticos, apasionados y soñadores como Jesús Laiseka. Este intrépido marino, que un día se enamoró perdidamente de Cádiz, tiene una historia que contar. Vamos a conocerle un poquito.
Jesús Laiseka es un caso claro de “amour fou”. Es un apasionado que intercambia los objetos de su pasión sin que pierdan un ápice su intensidad. Le apasionaban de chico las aventuras y los mundos exóticos, mientras vagaba por los rincones con su libro de mapas bajo el brazo. Así nació su pasión marinera, que le permitió viajar hasta los confines del mundo. Y entre viaje y viaje conoció Cádiz, y se enamoró perdidamente de la ciudad y sus gentes. Sus otras pasiones: las mujeres de su vida, sus muchos amigos, su Athletic, los maratones, el txikiteo y las tabernas. ¡Estos vascos!
No me digáis que no hay en su aspecto mucho de esos personajes aventureros que tan certeramente dibujó Pío Baroja, retratados con ese vitalismo nietzscheano («Lo que importa no es la vida eterna, sino la eterna vivacidad«) que tanto admiraba mi querido paisano. De joven leí todas sus novelas y no me cuesta reconocer a Jesús Laiseka como el personaje que don Pío dibujó en algunas de ellas. ¿Será Zalacáin el aventurero, el capitán Chimista o Shanti Andía?
Cuando Jesús cumplía los 10 años, su tío Francisco Laiseca, “un hombre de carácter duro y fuerte”, era el Director del Colegio marianista San Felipe Neri de Cádiz, un colegio de gran tradición en la ciudad. Cádiz era por entonces, en la mente de Jesús, un lugar lejano y exótico lleno de atractivos, que fueron creciendo con el tiempo. Las fotos del viaje de un primo que visitó al tío marianista se le quedaron grabadas para siempre.
Cuando años después, cumplidos los 22, tuvo la suerte de atracar un mes de Junio en el puerto de Cádiz, en el curso de su vida como marino mercante, aquellos primeros recuerdos gaditanos de la infancia estallaron en una orgía de múltiples sensaciones: “Era un día radiante de Junio cuando llegamos por mar a Cádiz, a bordo de un barco petrolero. Cuando salimos del barco, con esa luz, ese color intenso, el puerto lleno de actividad y un trasiego permanente, y me acerqué hasta la Plaza de San Juan Dios, que en ese momento era un hervidero de gente, muchos tomando manzanillas en plena calle, en la zona de Plocia, comprendí que este era mi sitio. Todas esas impresiones juntas actuaron como las marcas que les ponen a las reses. Quedé marcado para siempre.”
A partir de entonces, se sucedieron los atraques en Cádiz, con escalas de mayor duración. Con 24 años pasó un mes en la ciudad, al tenerse que reparar el barco en el que navegaba. Ese mes fue para él “apoteósico”. Se sumergió en el ambiente de la ciudad de la época, eran tiempos de bullicio por Plocia y Sopranis, el Pay Pay, My Cai y la Carbonera. Y de agotar todos los anticipos que solicitaban a sus jefes.
Este bilbaino vitalista y generoso nació un 20 de septiembre de 1948 junto al funicular de Achando; es el mayor de dos hermanos, el pequeño se llama Javi, estudió con los Hermanos de La Salle, y desde niño apuntaba maneras de aventurero. Sus sueños infantiles le llevaron a la Escuela Náutica de Portugalete, en contra de la voluntad de su padre, que intentó retrasar cuanto pudo semejante decisión “alocada”. Durante 10 años navegó por medio mundo con distintas compañías, Argentina, Brasil, EE.UU,…. Se convirtió en primer Oficial de máquinas, y entre viaje y viaje se casó: “me casé un jueves y el domingo siguiente salí a navegar. Ni viaje de bodas ni tiempo para disfrutar”. Tuvo 3 hijos, Iurgi, Alain y Amets, el segundo de los cuales le ha traído recientemente un nieto con el que se le cae la baba.
Los requerimientos familiares y los hijos le llevaron a abandonar su profesión de marino y a volver a residir de manera permanente en su Bilbao natal. Se convirtió en trabajador de artes gráficas y publicidad, hasta que hace unos 10 años, y de la mano de su actual mujer, Conchi, comenzó a visitar otra vez Cádiz durante las vacaciones. De esta manera se reencontró con aquellas sensaciones que experimentara en su juventud, y todo se desencadenó rápidamente: “Comencé a disfrutar las vacaciones año tras año en Cádiz, a recordar los lugares que visité, todo volvió a estallar dentro de mí y me decidí: yo quiero vivir en Cádiz, y cuando me jubile me compraré una casa aquí, pensé.” No tuvo que esperar a la jubilación. Hace tres años se compró una casa en la Plaza Santa Ana, llegó a un acuerdo con su empresa para trabajar desde Cádiz, y rápidamente se convirtió en parte del paisaje de la ciudad.
Cuando le pregunto por las causas que le provocan esta pasión por Cádiz, señala la luz, el sol, la paz, la tranquilidad, la gente: “Soy otra persona, mis familiares y amigos me dicen que me he vuelto un huevón. En Cádiz soy feliz. Cuando se jubile mi mujer, viviremos los dos aquí, ahora nos vemos por temporadas, unas veces aquí y otras allí.”
Es habitual ver correr por la ciudad a este maratoniano que compagina a la perfección la vida deportiva con el “txikiteo”. Las tabernas le vuelven loco, tiene su cuadrilla del Veedor, de La Manzanilla, o en las tascas de Puerta Tierra. Es un “mañosito” de la cocina que frecuenta el Mercado y conoce a la perfección a cada uno de los placeros. Y sobre todo es una de las personas más vitalistas y generosas que se puede uno encontrar por este mundo. Como se dice en Cádiz: “buena gente”, muy buena gente.
El intrépido navegante de las novelas de Conrad encontró su Itaca en esta maravillosa ciudad, que se convirtió para Jesús en su “lugar en el mundo”, como en aquella preciosa película de Aristaráin que consiguió la Concha de Oro en el festival de San Sebastián.
¡Gero arte, Jesús!
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