El mes pasado Euskádiz disfrutó de una de esas experiencias que se recuerdan por mucho tiempo. En una embarcación neumática y con buena compañía puertorrealeña navegamos a través del caño del Trocadero, pasamos por debajo del puente Carranza hasta llegar, vía marítima, al museo El Dique, situado en los Astilleros de Puerto Real; continuamos hasta el puente Suazo y el Real Carenero y volvimos a puerto con las alforjas tan llenas de historias que no podríamos contarlas en un solo post.
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El Paraje Natural Isla del Trocadero se encuentra situado en el término municipal de Puerto Real, enmarcado en el Parque Natural Bahía de Cádiz y a las puertas de la ciudad trimilenaria. Es otro de esos tesoros medioambientales, de una riqueza espectacular, en los que la historia y sus gentes han ido dejando huella, unas veces para enriquecerlo y otras para mermar su belleza originaria por el descuido, pero que se conserva en un estado muy similar al de hace cuatro siglos.
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Para nuestra fortuna disfrutamos de un guía sabio del lugar, Manolo Santana que, junto a su amigo José Luis, nos deleitaron con miles de historias y anécdotas llenas de amor y respeto a la tierra y al mar que los cobija. Los otros compañeros en la expedición fueron Miguel, el patrón de la embarcación, y Luky Serrano, Oficial Internacional de Regatas y presidente del Club Náutico Trocadero
A las 10 de la mañana partíamos de la punta del muelle puertorrealeño, donde tiene su sede el Club Náutico Trocadero. Nunca dejará de llamarme la atención lo característico de este lugar, y es que, tanto el centro náutico, como la playa que tiene al lado, la Cachucha, están sometidos a la acción mareal, de tal forma que el baño o la práctica de la navegación están condicionados por las horas de pleamar, por lo que unas veces toca de mañana, otras al mediodía o por la tarde. Con agua o sin ella, siempre me pareció un bello lugar.
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El paraje Isla del Trocadero, su historia, su actividad y sus restos.
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Dejando a nuestras espaldas Puerto Real, nos adentramos en el paraje Isla del Trocadero por el caño de igual denominación, mientras Manolo iba poniendo nombre a cada rincón, a cada estaca, ubicando esteros y salinas, descifrando una ruta llena de señales que a personas como nosotros nos son ajenas, pero que cobran todo significado cuando te las explica un hombre ligado al mar y sensible a la importancia del marco histórico en que nos encontramos.
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Y es que la isla del Trocadero, entre los siglos XVI y XVIII, cobró protagonismo con un importante papel en el comercio y tráfico con Indias, llegando a arrebatar la hegemonía comercial a Sevilla. El Caño era vía natural de acceso marítimo a Puerto Real y por sus excelentes condiciones se usó para la reparación y fondeo de buques; como lugar de carga, descarga, construcción y reparación de galeones.
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Tampoco escapó a capítulos bélicos. En el islote de San Luis aún se conservan las ruinas de Fort Luis, uno de los fuertes construidos para defender el acceso a la bahía interior tras el saqueo inglés del puerto de Cádiz en 1596. Allí se libraron batallas durante la Guerra de Independencia (1810-1812) y la Restauración (1823). En este mismo lugar se desarrolló la batalla del Trocadero un 31 de agosto de 1823.
A partir de 1863, la Compañía Trasatlántica construyó en la zona depósitos de carbón, talleres de maquinaria y diques secos y flotantes para la reparación de sus buques. Este sería el origen de la factoría de Matagorda. En la isla del Trocadero aún son visibles vestigios de esta época.
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La otra industria tradicional de la zona son las salinas, algunas bien conservadas en su estructura. La extracción de sal, junto con la pesca de bajura, ha seguido casi intacta durante siglos, con menos actividad en la actualidad.
En la isla se puede observar aún, en el edificio de la salina del Consulado, una máquina alternativa de vapor de las utilizadas para mover las cintas transportadoras que cargaban la sal en los buques de cabotaje.
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Un dato sentimental que merece un aparte.
Entre tanta historia, Manolo nos sorprendió con un dato sentimental, mostrándonos con orgullo su tesoro: “el perdido”, una embarcación de origen sorprendente y 150 años de historia a sus espaldas, que su tatarabuela solicitó a D. Pascual Cervera y Topete para su hijo, Eduardo Santana Marín, bisabuelo de Manolo, y así hasta la actualidad. “El Perdido” sigue navegando por estas aguas, luciendo impecable, y digno protagonista merecedor de una historia aparte.
“El perdido” quedó registrado en la Comandancia de Cádiz en el año 1867 como embarcación de estas características: casco de madera, aparejo latino, un palo, popa cuadrada, sin forro y de 4,60 metros de eslora. Como veis en la imagen que nos ha proporcionado su propietario, una preciosidad que sigue surcando estas aguas sin ninguna gana de jubilarse.
El Museo El Dique.
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Nuestra travesía continuó cruzando el puente Carranza dirección Astilleros de Navantia, donde nos esperaba otra inmersión en la historia de esta tierra. Desembarcamos justo al lado de las compuertas del dique que da nombre al museo; en lo alto, nos esperaban las antiguas grúas del complejo, gigantes metálicos impasibles al discurrir del tiempo. Parece ser que éramos los primeros visitantes del museo vía marítima, según nos dijo su director, José María Molina Martínez, quien nos enseñó las instalaciones con minucioso esmero.
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La historia de la Compañía Trasatlántica que comenzó en el Trocadero tuvo su continuidad aquí, con la construcción del Astillero de Matagorda, fundado por Antonio López (primer marqués de Comillas) y cuya actividad se prolongó durante 100 años, de 1878 a 1978, siendo el primer Astillero civil de España. Pero esta historia quien mejor la cuenta es José María Molina y Sara Vargas, responsable de Archivo, en el vídeo que os dejamos a continuación.
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Nos despedimos de José María con la certeza de que en poco tiempo volveríamos a vernos. Él ya había oído hablar de Euskádiz por Juan Ramón Cirici y nosotros esperamos que algún día nos ayude a rescatar muchos de los apellidos vascos ligados a la historia de esta factoría.
Una curiosidad: ¿Sabíais que la botella que se estrella contra el casco del barco en su botadura es, por tradición, el oloroso Sangre y Trabajadero? Inicialmente, este vino pertenecía a la Bodega Cuvillo pero fue adquirido por Bodegas Gutiérrez Colosía (El Puerto de Santa María), manteniendo la misma etiqueta.
Hasta el Real Carenero y vuelta antes de que baje la marea.
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Cuando el viaje es estimulante, el tiempo pasa volando, o mejor dicho, navegando. Buen tiempo, sol y suave viento de poniente que nos animaba a seguir hasta donde nuestros anfitriones nos llevasen. Nos dirigimos hasta el puente Suazo y el Real Carenero (otro ejemplo de la industria naval en la zona). Dicho enclave, puente y fortificaciones son conocidos como el Sitio histórico del Puente Suazo, situados a orillas del caño de Sancti Petri y, nuevamente, marcado como asignatura pendiente de Euskádiz para volver con más tiempo. Volvimos dejando a nuestra derecha el arsenal de la Carraca, centro militar destinado a la construcción, reparación de buques y almacenamiento de munición, ya en el término municipal de San Fernando y muy cercano a Puerto Real.
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Los hoyos de la Bahía.
Para no restar emoción a la vuelta, entre charlas y miradas al horizonte, descansando la vista frente al azul que nos rodeaba o afinándola para apreciar los cambios de color del agua, Manolo nos situó, con su GPS natural, justo donde se encuentra un cráter sumergido en la Bahía de Cádiz, cercano al puente Carranza, de unos 300 m de diámetro, o “como una plaza de toros” como él decía. Este capítulo, lleno de leyenda y misterio, lo podéis encontrar en este post que os hemos enlazado sobre los misterios de Cádiz. Real o ficticio, añade encanto al relato y nos deja mirando de reojo hacia el fondo, con desconfianza, como si de un momento a otro fuésemos a desaparecer del medio de la bahía para ser transportados a otra dimensión.
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Llegada a puerto.
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Llegamos a puerto con el tiempo justo, cuidando de que no rozara la embarcación con el fondo; el agua bajaba, como lo hace cada día en este muelle puertorrealeño, hasta la siguiente pleamar. Ahora tocaba subir la embarcación por la rampa y tomarnos una cervecita tranquilos con nuestros anfitriones.
Como veis, estas cosas no son para mirarlas desde el coche cuando cruzamos el puente Carranza. Son experiencias para vivirlas desde abajo, desde la misma Bahía de Cádiz, con la mirada curiosa del viajero sin prisas. El Paraje Natural Isla del Trocadero, el Museo El Dique del astillero de Puerto Real y los alrededores de la bahía tienen que hacerse un hueco en tu agenda si visitas Cádiz.
Nuestro agradecimiento a María y Arturo por proporcionarnos información a altas horas de la noche; al C.N. Trocadero y a Luky por sus gestiones; a Manolo y José Luis por sus indicaciones; a Miguel por su destreza y a José María Molina por su acogida.
Texto: Alberto Reina Blanca.
Obra bajo licencia Creative Commons.
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