Es tiempo de endrinas en la sierra gaditana, ese bonito fruto azulado con el cual muchos pobladores de los pueblos cercanos preparan artesanalmente el sabroso patxarán. No es ajeno a ello, ni una casualidad, que una de las sierras del P.N. de Grazalema tenga por nombre Sierra del Endrinal. Nos hemos calzado las botas para ir a visitarla y realizar una bonita travesía entre las localidades de Grazalema y Villaluenga del Rosario.
La Sierra del Endrinal toma su nombre del arbusto que crece masivamente en algunos rincones entre las enormes moles calizas de picos como el Peñón Grande, el Simancón o El Reloj. Una de las depresiones del macizo montañoso se denomina Llanos del Endrinal.
Para poder disfrutar del espectáculo de los endrinos desbordantes de sus apetitosos frutos, y a diferencia de la temporada de recolección en zonas del norte de la península, como es el caso de Navarra, donde se recogen a finales de septiembre y octubre, hay que desplazarse a Grazalema a finales del mes de agosto y primeros días de septiembre. Con ellas, los lugareños producen un exquisito patxarán artesanal. Esta misma zona nos ofrece bellas imágenes de orquídeas silvestres cuando avanza la primavera.
Como el calor aprieta en verano en estas sierras, hemos partido de Grazalema al amanecer. Tras ascender el sendero que arranca en el camping, en paralelo a las enormes piedras calizas desprendidas del Peñón Grande, arribamos al cruce de senderos y precioso mirador del Puerto del Endrinal, donde disfrutamos de las espectaculares vistas a los principales picos de la sierra del mismo nombre. Se trata de un espacio donde es habitual toparse con las cabras monteses.
Desde este punto tomamos el sendero en dirección a la Charca Verde, uno de los iconos del P.N. de la Sierra de Grazalema. El recorrido ahora es una delicia. Un cómodo y estrecho pasillo rodeado de una variada vegetación donde predominan las «rascaviejas» que, en las zonas de claros, permite observar a los que serán nuestros acompañantes durante un buen trecho: los picos Simáncón y El Reloj.
Nos sumergimos en uno de los paisajes más característicos del llamado «modelado kárstico«: recónditas simas y bellos lapiaces de afiladas puntas o torres de formas redondeadas; pequeñas dolinas, torcas, callejones y acanaladuras. Un escenario que se asemeja a un conjunto artístico modelado por intrépidos escultores.
Y tras un breve ascenso por un empinado sendero zigzageante, aparece la Charca Verde o Pocillo Verde, como la conocen los lugareños, una pequeña laguneta que toma el nombre del color de las algas clorofíceas filamentosas que contiene. Dependiendo de la época del año en que la visitemos nos encontraremos con una imagen totalmente diferente. En esta época veraniega la encontramos reseca.
A partir de este punto, en otras ocasiones hemos tomado el sendero que conduce a la Casa Fardela y Benaocaz. Hoy tomamos el que desciende entre pinos hasta Villaluenga bordeando el Navazo Hondo y la Sierra del Caíllo. En algunos tramos el descenso se vuelve peligroso por la pendiente y la presencia de gran cantidad de piedras sueltas.
Tras el hamaiketako de rigor en el emblemático Portón del Navazo, donde no falta la copita de manzanilla de nuestra taberna gaditana favorita, llegamos a la bella localidad de Villaluenga del Rosario, la más alta y con menos habitantes de la provincia de Cádiz. Nos esperan un merecido txikiteo-tapeo y un buen baño reparador en la magnífica piscina municipal.
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