Hoy os propongo pasear por La Caleta, la más pequeña de las cuatro playas que tenemos en Cádiz y la única que se encuentra en el casco antiguo de la ciudad, en el popular Barrio de la Viña, quedando aislada de las otras tres que de manera natural se enlazan siguiendo el litoral.
Acompañadme en este paseo en el que, con sumo gusto, os mostraré esta pequeña joya de algo menos de medio kilómetro de longitud, cómoda, exenta de peligros para el baño y con un entorno encantador, al que hay que unir su carácter popular único.
Los orígenes.
La playa, que fue fondeadero de naves fenicias, cartaginesas y romanas, es el vestigio que dejó en forma de ensenada la salida al océano del cegado Canal Bahía-Caleta, según las tesis de reputados historiadores y arqueólogos. Este canal, que partiendo de lo que hoy es la entrada monumental al puerto de Cádiz, frente al Ayuntamiento, unía la bahía con el océano abierto formando dos islas: una mayor al sur y la otra de menor tamaño al norte, siendo esta última el primer enclave fenicio de Gadir, según el historiador romano Plinio el Viejo y a la que también hizo referencia como las Gadeiras el geógrafo e historiador griego Estrabón.
La visita.
Asomarse al mirador que rodea en casi su totalidad el perímetro de la playa de La Caleta es deleitarse con la espectacular vista de conjunto de esta recoleta y entrañable playa. Pero aunque su visita se realice en los escasos meses en que las temperaturas no invitan al baño, no deberíamos perdernos la experiencia sensorial de bajar a la arena, recorrer pausadamente su orilla e impregnarnos del aroma a mar mientras el fastuoso escenario que nos envuelve alegra nuestras pupilas.
Comenzando por el extremo norte del prodigioso recinto, se nos presenta la escena colorista de decenas de barcas que, dependiendo del ciclo de las mareas, se balancean al ritmo apacible de las olas o permanecen tumbadas sobre el lecho de rocas a la espera de una nueva jornada de pesca.
Siguiendo el paseo, apreciamos con toda su magnificencia dos sólidas fortificaciones penetrando en el mar que, desde principios del siglo XVII, hicieron de cancerberas del frente norte de la ciudad para evitar invasiones, como la que en fechas recientes había perpetrado la flota anglo-holandesa comandada por el conde de Essex.
El Castillo de San Sebastián se recorta a la izquierda del horizonte marino en el pequeño islote rocoso donde fue levantado. En él se aposenta el faro, que tiene la peculiaridad de ser el único del país cuya estructura es de acero laminado, sustituto de otro que, construido de fábrica, fue demolido en 1898 por orden del duque de Nájera, gobernador militar de Cádiz, por el temor de que pudiese servir de referencia ante un posible ataque de la armada de los EE.UU. en la corta guerra hispano-estadounidense, de tan infaustos resultados para los intereses españoles.
A la derecha se nos muestra el Castillo de Santa Catalina, de planta pentagonal y con una característica forma de estrella de tres puntas en la zona bañada por la bahía, modelo de arquitectura militar que fue reproducido en otras localidades coloniales de ultramar. Esta fortaleza compatibilizó hasta principio de los años noventa del pasado siglo su cometido defensivo con el de prisión militar.
En los últimos años, ambas construcciones han cambiado su uso militar por el de espacios culturales dignos de ser visitados, tanto por su valor monumental, como por la calidad de sus actividades y exposiciones.
Construido con influencias modernista, con un blanco inmaculado, anclado en la arena y suspendido en toda su superficie por finas columnas de hormigón, permitiendo que el mar las bañe en las mareas altas, nos encontramos el antiguo balneario de Nuestra Señora de la Palma y del Real. Inaugurado en 1926, su utilización ha ido variando a lo largo de los años, pasando de primigenio balneario a dependencias de los Flechas Navales de 1936 a 1943, siendo destinado durante los años siguientes a sala de proyecciones y restaurante, hasta que se dejó de utilizar debido a su manifiesto estado ruinoso.
En los años noventa fue rehabilitado, destinándose desde entonces a albergar el Centro de Arqueología Subacuática, dependiente de Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico.
Siguiendo nuestros pasos hasta el extremo opuesto del inicio de la ruta, una rampa nos sitúa en el malecón que hubo de construirse en 1860 para comunicar la Puerta de la Caleta con el Castillo de San Sebastián, evitando así su aislamiento durante las horas en que la marea inunda las escolleras.
No nos debemos perder el placer que se nos brinda recorrer este istmo artificial denominado Paseo Fernando Quiñones. Paisaje cambiante en cada uno de sus flancos, obedeciendo al mandato inapelable de las mareas. Es un lugar desde donde se divisa el océano abierto, la bahía gaditana y la playa en una bonita perspectiva de conjunto; y para muchos, entre los cuales me encuentro, uno de los mejores emplazamientos para admirar la belleza con la que, al caer la tarde, “Cai se bebe el sol”, según la poética manera que tiene nuestra paisana Niña Pastori de describir, mediante su cante, las puestas de sol gaditanas.
Sus poetas.
De vuelta sobre nuestros pasos, y nada más cruzar los dos arcos que formaban parte del antiguo Baluarte del Orejón, hoy conocidos como Puerta de la Caleta, vemos las estatuas con las que la ciudad homenajea a dos poetas gaditanos ya desaparecidos, quienes destacaron por su apasionado amor a La Caleta, dejando constancia de ello en parte de su obra.
A pie de calle, y en una de sus posturas habituales, la figura en bronce del poeta y escritor Fernando Quiñones parece aguardar al Nono, el personaje de su novela póstuma “Los ojos del viento”, pescador caletero de escasa formación que cuenta a un escritor (alter ego del mismo Quiñones) regresiones de sus vidas anteriores en La Caleta.
“…La Caleta, no hay quien la conozca, empezando porque… todo esto no es playa, hay también la boca de un canal que se metían los barcos por entre las casas…por la calle La Rosa alante, y la entrada de la mar era ésta pero a la canal la fue tapando el tiempo poquito a poco…”
Sobre un alto pedestal, el busto en terracota de Paco Alba, el popular poeta conileño autor de agrupaciones carnavalescas, considerado el creador de la comparsa, parece contemplar a su querida playa inspirándose para componerle el mejor de los pasodobles.
“Me dijeron que Cádiz para el turismo
no tiene nada que pueda interesar
ni alcázares ni Alhambra ni algún tipismo
que nos muestre sus huellas de antigüedad.
◊
Precisamente Cádiz por ser antiguo
ni sus propias ruinas le quedan ya,
pero hay en la Caleta muchos indicios
de la época quien sabe de los fenicios
que con el tiempo lo ha sepultado el mar…”
Estrofas de la comparsa Currusquillos gaditanos, año1963. Paco Alba
La recomendación.
Y concluido este agradable paseo, solo me queda recomendaros, con la aquiescencia de quienes participamos en esta aventura llamada Euskádiz, que si vuestra visita a Cádiz la efectuáis con el clima propicio para daros un chapuzón, dediquéis alguna jornada para dároslo en las tranquilas y seguras aguas de esta playa de La Caleta que, además de pintoresca, está dotada de todos lo servicios requeridos. Y no dudéis en mezclaros con las sencillas gentes del barrio viñero, que se caracterizan por sentirse orgullosas de compartir “su” playa con los forasteros que la visitan, haciendo gala de la proverbial hospitalidad gaditana.
Fuentes:
- Consideraciones en torno a la ubicación del Cádiz fenicio. Ponce Cordones, Francisco.
- Historia de Cádiz. Cádiz en la antigüedad. Lomas Salmonte, Francisco J. Ed.Sílex
Texto e imágenes: Juan dos García
Obra bajo licencia Creative Commons.
Enhorabuena por el post de la Caleta. Sin duda, un acierto comenzar la nueva andadura del nuevo portal de euskadiz.com con una entrada dedicada a uno de los lugares con más encanto de la provincia.
Ha sido un poco casualidad, porque la programación estaba relacionada con el antiguo blog, pero realmente es verdad que es un acierto. La playa de la Caleta es uno de los símbolos gaditanos y populares por excelencia, muy querida por los vascos y vascas que visitan la ciudad de Cádiz.
La playa de la caleta de Cadiz es pequeña,
pero es una joya sin igual, sus castillos y
su malecón le dan un mérito que ni por todo
el oro del mundo la vendería yo y sus tardes
de brisa y bella puesta de sol, yo amo a mi caleta
es un pequeño universo que nos ha regalado Dios.
TE AMO MI BELLA CALETA.
Rosario Ayllón
Gracias Rosario. Bonitos piropos para la perla gaditana.